viernes, 4 de febrero de 2011

Médicos y farmacéuticas: alianza peligrosa para el paciente


El rentable negocio de vender medicamentos

“Las compañías farmacéuticas no quieren curar enfermedades. Lo rentable para ellas son los tratamientos: venderte remedios que reduzcan el colesterol o la presión arterial, algo que debas tomar cada día durante años”.

Las incendiarias declaraciones son de Martin Kuehne, químico de la Universidad de Vermont. Entrevistado por el periódico neoyorquino “The Village Voice”, su excusa para disparar a la bandada es la supuesta persecución médica contra la ibogaína. Este alcaloide centroafricano -hipnótico, afrodisíaco y estimulante- es usado a nivel experimental en EE.UU. para tratar a heroinómanos. Los “tratamientos”, empero, son clandestinos: el consumo de este sicotrópico está penado por la ley y su poder medicinal es objetado por la industria farmacéutica.

Jason Parham, columnista del “Village Voice”, teoriza sobre este último detalle. “Como la ibogaína representa una cura absoluta, las fábricas de remedios no quieren saber nada de ella. Lo peor para estas empresas sería que una sola píldora sanara una enfermedad: algo así no generaría ganancias”, arguye. Sus alegatos, por cierto, tuvieron amplia repercusión en las redes sociales.

No existe evidencia empírica que avale las apasionadas diatribas de Kuehne y Parham, que se repiten con diversos matices en todo el orbe. Muchas sospechas recaen sobre la multimillonaria industria farmacéutica, pero nadie puede acusarla con pruebas en mano de no estar interesada en sanar a sus clientes. ¿O no?

Un negocio rentable

En paralelo, un estudio serio ha gozado de nula difusión fuera de círculos académicos. Titulado “La promoción farmacéutica: costos e impacto en la práctica médica”, es obra del experto en políticas públicas Marc-André Gagnon, profesor de la universidad canadiense de Carleton. Su investigación, aún en desarrollo, es auspiciada por prestigiosas fundaciones privadas y estatales; las fuentes son sólidas, comprobables y en general provienen de la propia industria. Un adelanto de sus conclusiones fue presentado en un seminario médico realizado recientemente en Toronto.

Gagnon parte subrayando hechos incontestables, como que el 80% del negocio farmacéutico mundial está en manos de 14 transnacionales (todas con activa presencia en Chile). El mercado tiende a concentrarse y en el último par de años tres mega-fusiones han reducido el número de actores.

La competencia en este rubro es difusa, pues en promedio cada laboratorio mantiene acuerdos de cooperación con cinco de sus supuestos rivales (una de las mayores firmas del área ha llegado a firmar alianzas con sus trece “competidores”). Esto se traduce en investigaciones conjuntas que llevan al desarrollo de fármacos idénticos, los cuales luego son distribuidos con diversos nombres de fantasía dependiendo del fabricante.

¿Vender remedios es un buen negocio? Sin duda. Desde 1954 a la fecha, la rentabilidad de la industria se eleva por sobre el 2.500%; para el resto de las grandes corporaciones mundiales, el alza es cinco veces menor. Lo preocupante es que estas camionadas de plata no generan innovación: en 1961 se lanzaban más de 400 nuevos compuestos activos al año; hoy esa cifra ha caído a menos de 150.

Para graficar el estancamiento, Gagnon recurre a “Prescrire”, asociación francesa sin fines de lucro que evalúa en detalle el mercado farmacéutico local. Su informe del 2009 fue tajante: de 104 nuevas drogas lanzadas ese año, apenas tres podían ser consideradas como “un avance terapéutico menor” para la ciencia médica; el resto no era mejor de lo ya existente (e incluso 19 fueron juzgadas como “potencialmente peligrosas” para los pacientes). “Por primera vez en la historia, la farmacopea francesa vive un retroceso”, resumió la entidad en su balance anual.

Visitadores médicos

¿Dónde ha ido a parar el esfuerzo y dinero que los laboratorios dedicaban a la innovación? El investigador canadiense no sentencia: se limita a ordenar datos dispersos que en conjunto pintan un panorama desalentador. Aparentemente, el objetivo actual de la industria no es crear mejores fármacos, sino promocionar sus productos entre los intermediarios (es decir, los médicos). Y eso, a la larga, lo paga usted.

Un análisis de la consultora IMS reveló que el 2004 la grandes farmacéuticas de EE.UU. desembolsaron 57 mil millones de dólares sólo en promoción médica (más de 60 mil dólares por cada doctor en ejercicio). El 75% de esa cifra correspondía a muestras gratis, incentivos para los representantes comerciales -nuestros “visitadores médicos”- y “otros ítems asociados”. La inversión en investigación y desarrollo llegaba apenas a la mitad de ese monto.

¿En qué consisten esos misteriosos “ítems asociados”? Acá entran obsequios, viajes, honorarios de galenos que prestan su rostro para publicidad y el auspicio a entidades gremiales que avalan productos con enigmáticos “sellos de calidad”. También aparece el pago a doctores que -al estilo de los “escritores fantasmas”- firman estudios seudocientíficos que resaltan los beneficios de tal o cual menjunje.

Muchos médicos honestos no aceptan rubricar “papers” marketineros o con resultados imprecisos: Gagnon afirma que la mayoría de esos documentos nunca ve la luz o, peor aún, no es tomada en cuenta por sus colegas. El experto afirma que laboratorios han ordenado “destruir la reputación” de quienes denunciaron reacciones adversas en sus pacientes tras el uso de ciertos fármacos.

Las compañías, claro está, buscan convencer a los especialistas para que receten sus productos. En el último lustro esta tendencia se ha desbocado: en Norteamérica la promoción farmacéutica creció un 150%, las reuniones “informativas” a cargo de visitadores se cuadruplicaron y el gasto en publicidad orientada directamente hacia los médicos subió un 500%.

“Generar un mensaje adecuado se ha vuelto más rentable que producir remedios efectivos”, acusa Marc-André Gagnon. La millonaria inversión en marketing se traduce en mayores ventas: sólo en Canadá, cuatro laboratorios gastaron desde el 2005 más de dos mil millones de dólares en la promoción de antipsicóticos infantiles; en este periodo, la prescripción de estos cuestionados fármacos se triplicó.

Si a estas extravagantes cifras sumamos que cada año se lanzan menos fármacos nuevos, tenemos un mercado caótico donde el consumidor -usted- queda de lado. La conclusión del estudio es escalofriante: “Incluso el doctor más competente hoy es incapaz de acceder a información objetiva e imparcial para prescribir el mejor producto. La promoción farmacéutica ha invadido todos los aspectos de la práctica médica, llevando a muchos especialistas a recetar productos de dudoso valor terapéutico, pero rentables para ciertas firmas. La promoción no les sirve a los pacientes ni a la salud pública: sólo sirve a los accionistas”.

¿El remedio no sirve? Lo recetamos igual

Q uizás lo más inquietante del análisis de Marc-André Gagnon es su denuncia sobre la extraña conducta gremial cuando un fármaco popular no parece ser tan beneficioso para los pacientes.

El 2002, un análisis de la fundación especializada “Allhat” reveló que medicamentos de última generación para el tratamiento de la hipertensión arterial eran menos efectivos -y potencialmente más riesgosos- que diuréticos diez veces más baratos. Sin fundamentos científicos, un grupo de prominentes doctores desdeñó de inmediato el estudio; año a año la prescripción de estas carísimas drogas continúa al alza.

El 2007, junto con el lanzamiento mundial de un controvertido antidepresivo basado en la sertralina, el fabricante auspició 85 “papers” que acabaron publicados en medios especializados. Años antes, otro laboratorio había llegado al extremo de editar por su cuenta una revista médica que sirvió de soporte para promocionar un analgésico (que a la larga sería retirado del mercado por detonar males cardiovasculares).

Casos semejantes se repiten sospechosamente. El 2004, un grupo de laboratorios financió 74 pruebas clínicas para contrastar el uso de los así llamados “antidepresivos SSRI”. De ellas, 36 fueron negativas y 38 positivas, pero las revistas especializadas sólo publicaron estas últimas. “Muchas pruebas médicas son en verdad conducidas por agencias de relaciones públicas: su objetivo central es extraer datos positivos para ser usados en las campañas de los laboratorios”, apunta Gagnon.

Las Últimas Noticias. Domingo 16 de enero de 2011 Pág. 12 y 13

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